23 nov 2011

Celebrando Santa Cecilia, patrona de la música

La música nos acompaña desde tiempos remotos; el hombre prehistórico tocaba ya flautas de huesos e instrumentos de percusión. Los arqueólogos han descubierto flautas hechas con huesos de animales en Neanderthales que vivían en Europa del Este hace más de 50.000 años.
En la evolución del ser humano, los científicos piensan que, seguramente, la música nació a la vez que el lenguaje. Las primeras manifestaciones musicales, debieron ser vocales, golpeando estalactitas y estalagmitas, o con zumbadores (huesos o palos, atados a una cuerda, que al girarlos velozmente, producían sonido). Y, seguramente, se relacionaba con rituales mágicos o de caza. Posteriormente, cuando el ser humano pasa de una vida nómada a una sedentaria, la música se empezó a asociar a los espacios dedicados al ocio.
La música es una función autónoma e innata presente en la naturaleza del hombre. En algunos experimentos se ha podido comprobar que los bebés ya vienen al mundo con preferencias musicales. Comienzan a responder a la música desde el útero materno. A los 4 meses, notas disonantes al final de una melodía los harán retorcerse y alejarse. Los científicos consideran que estas respuestas son evidencia de que ciertas reglas de la música están ya conectadas en ciertas redes neuronales. Otros experimentos han permitido observar que niños de entre 5.5-6.5 meses de edad prestaron mayor atención a sus respectivas madres cuando ellas les cantaban. En cambio al utilizar el habla, sin entonación o ritmo, la atención fue menor, por tanto, se podía deducir que el gusto por la música es una información incluida en el núcleo de las células desde el nacimiento.
La capacidad de producir y apreciar el ritmo, notas o melodías es una información genética. Esta misma capacidad es heredada e incluso puede faltar debido a mutaciones en los cromosomas. La biomusicología, es la ciencia encargada de estudiar la relación entre música y genética. Seguir el ritmo de una canción con el cuerpo puede ser una función autónoma e innata, así que, bien se puede decir, que el ser humano lleva la música por dentro, en los genes. Un ejemplo de ello, es que la mutación del gen FOXP2 produce trastornos en el habla, así como deficiencias para la producción y percepción del ritmo. Esto significa que algunas capacidades musicales están reguladas por factores genéticos. Otro ejemplo del papel de regulación genética en la música se encuentra en la sordera a tonos o amusia, un déficit en detectar cambios de tonos en las melodías. Se ha podido comprobar que es un trastorno de transmisión hereditaria encontrado en el 4% de una población estudiada.
Hasta la utilización de las técnicas de estudio por imágenes se obtenía información del cerebro mediante el estudio de pacientes que hubieran sufrido lesiones cerebrales. En 1933 el músico Maurice Ravel comenzó a presentar síntomas de isquemia cerebral (una atrofia que afecta áreas concretas del cerebro). Sus capacidades conceptuales permanecían intactas: podía oír, recordar sus antiguas composiciones y tocar escalas pero era incapaz de escribir música. En esos momentos el músico planeaba componer la ópera “Jeanne d’ Arc” y manifestaba “… la ópera está aquí, en mi cabeza. La oigo pero nunca la escribiré. Se ha terminado. Ya no puedo escribir mi música”. Ravel murió 4 años más tarde tras una intervención neuroquirúrgica.
Estudios con imágenes en personas con daño cerebral en cualquiera de los hemisferios, revelaron que la percepción de la música emerge de la interrelación y la actividad de ambos lados del cerebro. Esto sorprendió ya que siempre se había considerado que existía un cerebro para la música, y éste era el hemisferio derecho.
Al escuchar música se activan diversos centros repartidos por el cerebro incluidos centros que están involucrados en otro tipo de cognición. Estas zonas activas o centros varían según la experiencia y formación musical de cada persona. El oído cuenta con menos células sensoriales (3500 células ciliares internas) que otros órganos sensoriales. El ojo por ejemplo posee 100 millones de fotorreceptores. Sin embargo nuestra respuesta a la música es extraordinariamente adaptable, bastan pocas horas de entrenamiento para modificarla.
El lado izquierdo del cerebro en la mayoría de la gente se destaca en el procesamiento de cambios rápidos en la frecuencia e intensidad tanto de la música como del habla.
Ambos lados son necesarios para la percepción completa del ritmo. Por ejemplo ambos hemisferios necesitan estar en actividad para distinguir la diferencia entre un tiempo de 3/4 y 4/4.
La corteza frontal, donde se almacenan los recuerdos, también juega un papel importante en la percepción del ritmo y la melodía. Algunos estudios por imágenes indican que cuando el individuo se concentra más en los aspectos armónicos de la música produce mayor activación en las regiones auditivas del lóbulo temporal derecho. El timbre depende también del lóbulo temporal derecho. Los pacientes que se les ha quitado el lóbulo temporal derecho muestran dificultad para diferenciarlo.
Otras investigaciones han encontrado que hay actividad en regiones del cerebro que controlan el movimiento sólo cuando las personas escuchan música incluso aunque no muevan ninguna parte de su cuerpo.
Estudiar la biología de la música puede conducir a usos prácticos. Ya hay evidencia que la música puede ayudar a bajar la tensión arterial y a calmar los dolores. Se cree que podría ayudar a solucionar problemas relacionados con el aprendizaje, la sordera y el mejoramiento personal. Estudios en niños indican que la experiencia musical precoz puede facilitar el desarrollo. En algunos hospitales de los Estados Unidos disponen de música suave de fondo en las unidades de cuidados intensivos de bebés prematuros. Las investigaciones realizadas han hallado que la música ayuda a los bebés a aumentar de peso y dejar la unidad mas rápidamente que aquellos que no escuchan esos sonidos. En el otro extremo de la vida, la música es usada para calmar a pacientes con Alzheimer.
La música también involucra la emoción tanto en lo que se percibe como en lo que se ejecuta o canta. Cuando un acorde que resuelve una sinfonía, nos produce un delicioso escalofrío, se activan en el cerebro los famosos centros de placer (como cuando comemos chocolate).
La música esta dentro de nuestro cuerpo-mente. Para oír música no necesitamos que ningún sonido real llegue a nuestros oídos. Tan sólo con imaginarla, un número de áreas temporales del cerebro que participan en la audición, se activan también cuando dichas melodías se imaginan.
Fenómenos como estos demuestran que son muchos los conocimientos que se han adquirido en los últimos años pero son aún más los misterios a develar.

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